Eugenio Frutos Cortés nació en Guareña, Badajoz, el 8 de septiembre de 1903, y allí transcurrió su primera infancia. Estudió el bachillerato, entre 1915 y 1921, en el Colegio de San José, de Don Benito, donde ya destacó por sus dotes intelectuales y su vocación literaria. Allí encontró el apoyo de su primer mentor y luego buen amigo, Francisco Valdés, uno de los primeros críticos que, en la prensa local pacense, advirtió de la talla del joven literato.
Acabado el bachillerato con excelentes calificaciones, Frutos se trasladó a Madrid, en cuya Universidad Central realizó la carrera de Filosofía y Letras durante el quinquenio 1921-1925, donde obtuvo el Grado de Licenciatura, con Premio Extraordinario, en septiembre de 1925. Durante el siguiente período lectivo (1925-1926), realizó los Cursos de Doctorado y comenzó su actividad docente como profesor de los cursos para extranjeros de la Residencia de Estudiantes.
En estos años tuvo maestros de la talla de Manuel García Morente, Miguel Asín, Américo Castro, Julián Ribera o Ramón Menéndez Pidal; condiscípulos tales como Amado Alonso, Dámaso Alonso, Eulalia Galvarriato, Emilio García Gómez o Joaquín Casalduero; compañeros de tertulias en el Ateneo y en la Residencia, como Rafael Alberti, Federico García Lorca, Pedro Salinas o José de Ciria y Escalante; discípulos de los cursos para extranjeros, como Edward M. Wilson. Con muchos de ellos le ligaría una duradera amistad, y el ambiente intelectual del Madrid de las vanguardias dejó una huella indeleble en su pensamiento.
Sin embargo, y pese a la solicitud de Américo Castro, que quería atraerlo hacia las actividades filológicas de la Junta para la Ampliación de Estudios, Frutos decidió optar por una orientación distinta y preparó cátedras de instituto en la especialidad de Filosofía. Superadas las oposiciones, accedió en 1928 a la Cátedra de Psicología, Ética y Deberes Éticos y Cívicos del Instituto de Segunda Enseñanza de Manresa, donde permaneció hasta las navidades de 1929.
Como el clima de dicha localidad resultó poco apropiado para su poco resistente salud, tras una fugaz y meramente administrativa estancia en Pontevedra, pasó a ocupar, por permuta, la Cátedra de Filosofía del Instituto de Cáceres (a partir del 1 de marzo de 1930). Los doce años pasados en la capital extremeña resultaron de gran importancia en la vida de Frutos. No sólo desde el punto de vista intelectual, ya que entonces comenzó su producción filosófica propiamente dicha, sino personalmente, pues fue en Cáceres donde conoció a Lola Mejías, con la que se casaría el 3 de julio de 1933, y donde nacieron tres de sus cinco hijos. En Cáceres pasó además la Guerra Civil (experiencia que fue para él enormemente traumática, como reflejan su poesía y diversos aspectos de su pensamiento), y aquí escribió algunos de sus mejores libros poéticos.
En 1941, Frutos y su familia se establecen en Barcelona, al optar aquél por concurso de traslado a la Cátedra de Filosofía del Instituto Menéndez Pelayo de la capital catalana. Esta estancia resultó breve, pues el 27 de julio de 1942 Frutos se incorporaba a su nuevo destino, la Cátedra de Filosofía del Instituto Goya de Zaragoza, ciudad donde él y su familia (con dos hijos más, nacidos ya en ella) radicarían definitivamente. Desde su llegada a la capital aragonesa, compaginó su intensa labor en el instituto con el puesto de Profesor Auxiliar, encargado de la Cátedra de Filosofía, de la Universidad de Zaragoza. En esta década compartió su actividad docente con colegas y transmitió su magisterio a discípulos entre los que cabe destacar a Gustavo Bueno, Fernándo Lázaro Carreter y Félix Monge.
Frutos alcanzó su época de apogeo a partir de la realización de su tesis doctoral, La filosofía de Calderón en sus autos sacramentales, leída en Madrid el 24 de junio de 1945, por la que obtuvo la máxima calificación, y de su acceso a la Cátedra de Fundamentos de Filosofía e Historia de los Sistemas Filosóficos, de la Universidad de Zaragoza, en 1951.
Desde esa época y hasta su jubilación, Frutos se dedicó intensamente a la docencia, pues no sólo impartía las clases correspondientes a su cátedra en la Facultad de Filosofía y Letras, sino que también hubo de explicar durante varios cursos las materias de Psicología (en la Facultad de Medicina) y de Ontología y Teoría del Conocimiento (en la Facultad de Ciencias). Además, compaginó la enseñanza con una amplia labor de organización pedagógica y de atención al profesorado, como Jefe de Estudios del Instituto Goya, Decano del Colegio Oficial de Doctores y Licenciados, Consejero Permanente de la Delegación Nacional de Educación, etc.
Paralelamente, desarrolló una enorme actividad cultural, con numerosas y celebradas conferencias y colaboraciones en la prensa diaria, de entre las que destacan las de difusión crítica de las doctrinas existencialistas. En este mismo terreno hay que subrayar su participación en casi todas las iniciativas literarias aragonesas desde los años cuarenta. Además, fue Consejero de la Institución “Fernando el Católico” y de la Diputación Provincial, desde donde promovió o acogió diversas iniciativas culturales y científicas.
Su labor no quedó circunscrita al ámbito local o regional. Su actividad de conferenciante le llevó por múltiples ciudades españolas, y sus colaboraciones literarias y de ensayo periodístico aparecieron en publicaciones de todo tipo y procedencia, desde los folletos de las fiestas de su Guareña natal hasta Arriba, La Hora, Garcilaso, La Estafeta Literaria, Índice o El Noticiero Universal. Además, desde 1949 fue profesor asiduo de los Cursos de Verano de Jaca y de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, así como ponente casi obligado de la mayoría de los congresos y seminarios de filosofía organizados en España por aquellos años.
A esta época pertenece también el grueso de sus obras de pensamiento e investigación, centradas en las cuestiones de historia de la filosofía y de antropología filosófica; en la interpretación de textos literarios a menudo desde perspectivas filosóficas; en temas de caracterología y psicología o en reflexiones pedagógicas. El conjunto de los estudios e indagaciones llevados a cabo durante más de treinta años de intensa labor alcanzaron su suma en dos obras capitales, Creación poética (Porrúa, Madrid, 1976) y Antropología filosófica.
Frutos se jubiló en 1973, a los setenta años de edad. Durante un tiempo, aunque a un ritmo inferior, continuó trabajando en su obra crítica, como reflejan la recién citada Creación poética y la preparación de las segundas ediciones de la Antropología filosófica, que ahora ve la luz, y de La filosofía de Calderón en sus autos sacramentales, que, desgraciadamente, continúa inédita. A esta etapa, de actividad reducida pero constante, siguió una de paulatina inactividad, debida a los avances de la enfermedad que le aquejaba. Frutos murió en Zaragoza el 16 de octubre de 1979.
La diversa y fértil labor de Frutos, objeto del aprecio prácticamente unánime de quienes le conocieron o frecuentaron sus obras, recibió también en diversas ocasiones el reconocimiento oficial. De entre los galardones que le fueron concedidos, cabe recordar los siguientes: Comendador para la Lengua Española de la Orden Constantiniana de San Jorge (1947), Cruz de Caballero de la Orden de Cisneros (1948), Víctor de Plata del Sindicato Español Universitario (1952), Encomienda de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio (1958), Socio de Honor de la Institución Jaime I el Conquistador, de Barcelona (1961), Encomienda de la Orden de Cisneros (1965), Encomienda con Placa de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio (1972), y, en fin, como recompensa a toda una vida dedicada a la docencia, el Premio “San Jorge” de la Diputación Provincial de Zaragoza (1974).